Hemos conocido el último barómetro del CIS. Pero verán. Si las encuestas fuesen infalibles no sería necesario realizar elecciones. Bastaría con hacer sondeos electorales, que salen infinitamente más baratos.
Pero no es así. Se dice que las encuestas son fotografías fijas de un instante. Pero ni siquiera eso, pues una fotografía refleja la realidad, lo que hay delante del objetivo -otra cosa muy distinta es que al hacerla o después se manipule-, y un sondeo electoral intenta reflejar la intención de voto, algo que a veces es inmutable y otras ni siquiera existe.
Así que para lo bueno y para lo malo, las encuestas tienen el valor que cada cual quiera darle a sus resultados, a su muestra, a su forma de consultar a las personas encuestadas y al tratamiento que se le dé a los datos de campo. No conviene creérselas a pie juntillas, ni cuando favorecen, porque relajan, ni tampoco cuando perjudican, porque desaniman.
Pero hay en las encuestas algo que sí da pistas de cierto peso: las tendencias. Cuando los resultados, buenos o malos, se repiten en sucesivas encuestas del mismo tipo y realizadas en el mismo ámbito, o si resultan coincidentes en sondeos distintos pero simultáneos, hay que prestarles atención.
En los últimos sondeos electorales, en este caso municipales, empiezan a marcarse algunas tendencias. Y la más llamativa es la mayoría del PSOE y el descalabro del PP en Vigo. Pero si echamos un vistazo a estas encuestas hay un dato que pone en duda esta tendencia: el elevado número de indecisos. Por eso es difícil aventurar qué ocurrirá el 24 de mayo. Habrá que esperar. Incluso por si Martiño Noriega va con zapatillas o zapatos para pisar por primera vez moqueta de política de altura. O si a los pupilos de Besteiro se les ocurre propiciar la formación de un tripartito para tumbar a Agustín Hernández de la alcaldía de Santiago. Todo puede pasar, aunque no lo digan las encuestas.
