Como si la crisis económica y sus perspectivas no fueran suficientemente graves como para exigir todas las energías y la responsabilidad de las fuerzas políticas, los partidos de la oposición han vuelto por la senda de la crispación.
La sociedad anhela unidad frente a la crisis y moderación en los hábitos políticos, pero han bastado el viaje del vicepresidente de la Xunta a Cuba y la reconsideración del presidente sobre el futuro de la planta de Ence en Pontevedra para que la oposición se alinee con los posicionamientos más radicales que se generan en sus filas, sin que los máximos dirigentes tengan la altura de miras y la sensatez de frenar los impulsos cainitas y ordenar tranquilidad a sus partidarios más viscerales.
Se cuestiona el viaje caribeño de Rueda y se presiona a Feijóo para dinamitar los cimientos que Ence colocó en Lourizán. Es la arquitectura política de una campaña que no ha hecho más que empezar.
Parece como si los partidos de la oposición estuvieran más interesados en aglutinar a sus sectores más radicales e ideológicos que en ofrecer soluciones constructivas a los problemas de los gallegos.
No se trata de un episodio puntual, ya que una vez más se cuestiona, con insultos y medias verdades, a los dos máximos responsables del Gobierno gallego tratando de resucitar no sé qué fantasmas de esas dos orillas que con tanto celo guardan.
Hay cierta oposición en Galicia que debe cambiar de actitud y ofrecer algo más ambicioso sin traspasar las fronteras del odio y del sectarismo. Porque la situación no está para radicalismos.