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Demagogia permanente

Cada partido tiene su Celestina. Estas Celestinas son las políticas que prefieren definirse a sí mismas como demagogas, antes de ser acusadas de ello.

En la medida que avanza la campaña electoral, en esa proporción se intensifica la guerra contra el oponente, a fin de capturar el voto ciudadano. No importa que en esa campaña se inviertan cantidades estratosféricas, ignorándose tanto el origen de esos dineros así como los compromisos contraídos a cambio de los aportes económicos recibidos.

En ese afán de capitalizar votos, se recurre a tácticas reñidas tanto con la ley como con la ética cuando se habla de la honorabilidad del enemigo político en sus actuaciones y desempeños públicos y privados. Así se llega a la demagogia sin ningún tipo de rubor.

Y es que la agitación o excitación de ciertos políticos sigue estando a la altura de ciertos representantes públicos. Y esto ocurre porque la demagogia ha ido extendiéndose en estos tiempos, como consecuencia de una clase política cobardona que sirve de Celestina de los corruptos y de los mediocres.

Pero cada partido tiene su otra Celestina, que la utiliza cuando cree necesario. Estas Celestinas son las políticas que prefieren definirse a sí mismas como demagogas, antes de ser acusadas de ello, para explicar que su objetivo político es el acuerdo directo de su partido con la ciudadanía. Razón por la que la descalificación poco ética del rival está más que justificada.

Es sabido que las intrigas, los insultos, las medias verdades, forman parte de las estrategias de los partidos para descalificar al oponente. El PSOE cuando quiere tensar un poco la cuerda, como descalificar la labor del presidente del Consello de Contas, casi siempre recurre a la misma persona. Y es que hay políticas que padecen la enfermedad de la demagogia permanente.

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