Todo indica que el PP ha perdido el rumbo en los últimos tiempos. Cuando ve que puede peligrar su hegemonía vuelve con su cansina e insistente propuesta de que gobierne la lista más votada. Puede tener razón, pero con su mayoría aplastante no se atrevió a proponer formalmente una reforma de la ley electoral.
Los populares parece que no se han enterado que el sistema político está cambiando. Y tampoco quieren ver que en una sociedad homogénea la confrontación política produce efectos distintos a los que se originan en sociedades heterogéneas. Para empezar, existen distintas maneras de gestionar la democracia y no todas significan enfrentamiento político. Incluso algunas pueden evitarlo.
Frente a nuestro actual modelo político, que se basa en las mayorías, existe otra fórmula no menos democrática que busca los consensos. Porque el insistente deseo de las mayorías nos conduce a más de lo mismo. A que los partidos ganadores puedan tomar todas las decisiones de gobiernos, y que los perdedores puedan criticar pero no gobernar, lo que significaría una ingobernabilidad si no se tiene una mayoría absoluta.
Por eso, la manía del PP de querer excluir a los grupos que obtengan menos votos en la participación de decisiones, cuestiona el significado primario de la democracia. Razón por la que en los tiempos que corren los partidos necesitan de una regeneración, y una mayoría absoluta hasta podría resultar peligrosa.
Los municipios gallegos precisan de una democracia de consenso, con visión de futuro. Solo que ésta no puede ser producto de un intercambio de cromos, sino de la deliberación para una gobernanza estable. Las ansias de poder llevan al PP, una vez más, a la insistencia de las listas más votadas. Un error en el que quedará solo.