PP y PSOE han elegido Lugo para su batalla interna. No son cosas de los romanos fundadores, ni de los tribunos Alberto y José Ramón. Esta hostilidad tampoco es un fenómeno nuevo en política y la fricción que se avecina bien se lo merece, porque la Diputación es un bocado apetecible para marcar territorio.
A los dos grandes partidos no les llega con lo que tienen encima. El caso es que no salen de una y se meten en otra. Cómo son nuestros políticos. Encerrados en su mundo, se olvidan de qué y para qué están, como si el sonido exterior no fuera con ellos. Abducidos por sus incansables ansias de poder, sus guerras internas transmiten una sensación de desazón para los que asistimos a estas batallas cainitas: ¿realmente les importamos algo los ciudadanos? Sinceramente, no.
La portavoz del PP en la Diputación, Elena Candia, aspira a convertirse en la hada madrina que toque la corona presidencial. Lo mismo que la baronesa Raquel Arias, porque para eso la delegada territorial de la Xunta fue nombrada por la nobleza. El PSOE, por eso de no ser menos, también tiene sus dos bandos: la actual vicepresidenta del organismo, Lara Méndez, y el secretario provincial, Juan Carlos Santín. Los cuatro creen que están deshojando la margarita, pero los pétalos los arrancan otros.
Y es que esto no es más que un capítulo importante de esas luchas por afianzar el poder de los clanes en los partidos, aunque sea a costa de dinamitar las organizaciones; una exhibición de músculo político para marcar territorio y pregonar, incluso con los escándalos, que aquí mando yo. Es lo de siempre.