Los gallegos han llegado a la conclusión de que las corruptelas y escándalos de nuestros políticos resultan bastante caros en comparación con los de otras latitudes. Aun así, en otros países, varios políticos están en el punto de mira de los parlamentos por "invertir" unos cuantos euros en cosas de poca monta. Otros también son investigados por el uso del dinero público en sus círculos más próximos, y varios, al parecer, por haber endosado a su cuenta de gastos asuntos muy personales. Lo mismo que aquí.
Pero no son solo éstas, entre otras revelaciones sobre el mal uso de los fondos públicos, las que ponen en entredicho y llegan a dañar seriamente el sistema político; pero en estos tiempos de crisis -económica y ética-, el descontento se ceba en los políticos.
Cuando faltan poco más de cien días para las elecciones municipales, la popularidad de los políticos viaja en el furgón de cola de un tren al que se suben problemas que en otro escenario económico apenas tendrían calderilla para el billete, tales como el coche oficial de Santalices para ir a los plenos de la Cámara o la utilización del parque móvil por parte de dos candidatos a alcaldías. Algo que contestaba con criterio el propio presidente Feijóo a las absurdas acusaciones de la oposición sobre los conselleiros, ahora aupados a la categoría de alcaldables.
Como ha sucedido en otras ocasiones, no es de extrañar que exista un contubernio infantil en marcha para enturbiar la gestión de Elena Muñoz antes de las elecciones del 24-M. Entra en lo previsible. Mal hace el PSOE en subirse al mismo tren que los otros partidos de la oposición. Porque según el sondeo del CIS, conocido ayer mismo, ese convoy no tiene el mismo fin de trayecto para los tres partidos. Aunque alguno, como es el caso, se haya equivocado a la hora de sacar el billete. Si Besteiro cree en ese viaje a ninguna parte, al viejo socialismo no le quedará más opción que reinventarse desde la oposición.