Ya sea en Santiago o en Madrid, el comportamiento es el mismo. Las continuas referencias en los debates parlamentarios a asuntos del pasado, ya sustanciados en las urnas, cuando no en los tribunales, ha acabado por empobrecer gravemente la dialéctica entre Gobierno y oposición. La última prueba la hemos tenidos ayer en las comparecencias de los presientes Feijóo en O Hórreo y Rajoy, en la Carrera de San Jerónimo.
Una vez más los casos de corrupción, recientes y pasados, ha desencadenado una guerra fratricida entre el partido que respalda a los gobiernos central y autonómico y la oposición.
Ese bronco estilo de esgrima parlamentaria acaba por infantilizar el debate -la frase de esta táctica sería el "y tú más"- y evita que se entre a fondo en los temas de actualidad que son los que verdaderamente interesan. Por ejemplo, hubiera sido de agradecer una cierta autocrítica por parte de los presidentes tras los escándalos de corrupción de dirigentes de su partido. Pero también sobraba el tono apocalíptico utilizado por la oposición culpando de todo a la formación que sustenta a los gobiernos, como si en sus filas no hubiera ningún imputado por corrupción.
Tal vez sobre estos graves asuntos, las interpelaciones de los grupos de la oposición al Ejecutivo central o al Gobierno gallego dejarían de ser un pim-pam-pum plagado de lugares comunes y de recordatorios por ambas partes de los episodios más vergonzantes de la fuerza política rival.
Las demagogias, frecuentes en mítines y debates televisados durante las campañas electorales, no deberían saltar tan fácilmente a las sedes parlamentarias. Y mucho menos cuando la corrupción, que afecta a prácticamente todos los partidos, está contagiando con un virus letal al propio Estado. Parece que sus señorías no piensan en esto, aunque lo escenifiquen.