Se van cumplir dos años desde que estalló la trama de la Pokémon, que probablemente figura ya entre los casos de choriceo más graves de Galicia. No por lo que ha hecho un grupo de sinvergüenzas; sino porque, además de chorizos, son idiotas. En otras palabras, delincuentes poco ilustrados. Aunque todo hay que decirlo, un poquito menos que sus jefes.
Cuando la juez Pilar de Lara destapó la trama, todo dijeron que había llegado la hora de que los dirigentes políticos y los partidos acabasen de una vez por todas con el cáncer de la corrupción. Pero, al margen de unas propuestas más bien vagas de algunos para trabajar en la dirección de un pacto con ese objetivo, poca cosa más se ha hecho.
Desde entonces, apenas ha cambiado la reacción de muchos políticos respecto a los nuevos casos declarados o a nuevos detalles de los investigados. Siguen mirando, por regla general, hacia otra parte y siguen con la cantinela de tratar de exculparse cuando las denuncias pueden salpicarlos.
Mientras el ciudadano contempla atónito el poco interés que tienen sus elegidos en resolver la cuestión, la crisis económica obliga a aumentar impuestos y a pagar tasas cada día más elevadas por los servicios públicos, por mucho que diga el iluminado Rajoy, que ha cambiado aquella estupidez de los brotes verdes por otra payasada de raíces vigorosas. Un contrasentido que puede ser fatal para el futuro de todos si no se pone remedio de una vez por todas.
Aquí ya no son las cuentas del clan Pujol -que ayer tuvo la desfachatez de desafiar a todo el sistema democrático en sede parlamentaria-, son, además de los imputados, los números contables de los partidos los que están en entredicho. Lo mismo que la extensión de la endogamia política, que ya no se recata de colocar a familiares y amigos, sino a aquellas personas que comparten piso, o algo así, con los que mandan.
No se trata de ponerle grilletes a los corruptos (que también), porque, entre otras cosas, ignoramos cuántos y quiénes son. Pero sí dejar trabajar a la Justicia y acabar con una endogamia desvergonzada, a las que ahora se suman las llamadas parientas.
Sería una primera medida que ayudaría a recuperar la confianza de los ciudadanos.