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Orozco, el bohemio

Siempre nos han tocado depravados, a veces tarados. Claro que hay excepciones, como la del bohemio Orozco. Bohemio, sí; pero cuco, también.

A decir verdad, habría que recurrir a la retórica de la España del Siglo de Oro para poder describir lo que pasa. Contarlo como lo hacían Calderón, Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope y un centenar más de aquellos ilustres del pensamiento, la sabiduría y la honradez. Hoy, por desgracia, estamos huérfanos de estos talentos; muchos de ellos dieron con sus huesos en el cadalso y, de ahí, al camposanto. Pero de qué nos quejamos. La chabacanería, en todos los órdenes, es lo que prima ahora. Incluso, a uno se le viene a la cabeza el talentoso profesor y regidor de la ciudad de las murallas; hoy, rebajado para su deshonor, a bohemio de la plaza de Mayor, dice que no renuncia a nada. Por mucho que diga la juez De Lara, que instruye el caso Pokémon y otras tramas.

La historia nos muestra una tierra que se ha distinguido siempre por la clamorosa falta de unanimidad de opinión de los ciudadanos. Por eso, desde los ayuntamientos -verdaderos palacios de estos barones- hasta la Cámara de representantes nos han engañado tanto nuestros gobernantes a lo largo de los tiempos. Por desgracia, siempre nos han tocado depravados -a veces tarados- con bastón y mando en plaza.

Los hubo, pocos y honrados que, en épocas innombrables y jugándose el físico, pusieron tierra y mar de por medio como puente de planta hacia una tierra que no era la suya. Los de ahora, no. Los de ahora juegan al monopoly con dinero ajeno que ponen en paraísos fiscales.

Ahora mismo está ocurriendo algo novísimo y reconfortante. Por primera vez en la historia, los que aquí moran opinan lo mismo acerca de algo evidente: la corrupción en Galicia es demasiado alta, insufrible y soez. Además, creen que los partidos amparan a los acusados de corrupción. Esta es, posiblemente, la causa de todos nuestros males. Lo cual significa que el patriotismo aldeano ha dado un giro total. La gente ya no sale a la calle para aclamar a los gestores políticos y económicos, sino para demonizarlos y pedir que se larguen. Claro que hay excepciones, como la del bohemio Orozco. Bohemio, sí; pero cuco, también.

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