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Los caciques

Estos personajes fueron la terrible plaga de la democracia, sobre todo en pueblos minúsculos y zonas rurales. Ahora vuelven.

Miramos hacia Europa y nos olvidamos de lo interno. Pero no crean que se haya descubierto nada nuevo. Quizás que el caciquismo, oculto como la rapiña, en espera de la presa, ha vuelto a emerger en medio de una fauna donde las fieras se comen unas a otras.

Estos personajes fueron la terrible plaga de la democracia, sobre todo en pueblos minúsculos y zonas rurales. Ahora vuelven. Son como el cacique clásico. Aquel rico de la comarca, que actuaba por todos los medios para forzar la expresión electoral de su pueblo (que no era otra que la suya), desde la dispensa de algunos bienes y protecciones a los sumisos, nada claras, por cuatro perras.

Pero no se crean que estos personajes sean de ahora. No. Este prototipo de cacique clásico no se ha extinguido. Sigue existiendo, aunque en menor medida que antes; en cambio, aparecen los nuevos caciques, jornaleros de pan o cualquier otra cosa, que gozan de los mismos medios que sus antecesores para falsear todo y hacer riqueza.

El cacique de antaño, como el de hoy, es un dominante por su riqueza o por su poder en las zonas rurales, de quien dependen los salarios y los puestos temporales de trabajo en la tahona, que obliga al voto por su partido (el suyo propio, claro) y tratan al personal igual que en tiempos feudales, como si fueran sus vasallos. Hubo épocas en las que empleaban armas blandas contra los rebeldes y contra los sindicalistas incipientes. Hoy, utilizan el chantaje y el poder, tejido minuciosamente a través del erario público. Y lo más curioso, actúan siempre en los llamados ‘feudos podridos’, donde el que abra la boca no sale en la foto.

Estos caciques, que se mueven entre harinas, ejercen su fuerza sobre ciertos poderes para beneficios propios, y sería exagerado creer que han desaparecido totalmente de la vida pública.

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