La prensa es capaz de lo mejor y de lo peor, de realizar investigaciones que hagan caer a gobiernos corruptos o de ignominias como entrevistar a terroristas. Y ambos ejemplos los hemos visto. Pero es cierto que al terrorista al menos no lo han entrevistado durante el atentado, sería algo bastante inimaginable. Y sin embargo también ha pasado, concretamente en Alemania en agosto de 1988.
Dos delincuentes, Hans-Jürgen Rösner y Dieter Degowski, entraron en una sucursal del Deutsche Bank de la ciudad de Gladbeck y tomando a dos empleados como rehenes. Un secuestro que duró 54 horas y donde se vivieron situaciones realmente surrealistas, cuando no insultantes, como ver a periodistas de risas con los secuestradores.
Netflix acaba de estrenar un interesantísimo documental titulado Gladbeck: El drama de los rehenes donde sólo muestra imágenes y sonidos reales. No hay voz en off, ni testimonios a posteriori donde los protagonistas puedan "adornar" la realidad, sólo imágenes y sonidos tantos de los medios de comunicación como de la Policía alemana grabados durante aquellas interminables horas.
Es difícil imaginar cómo un robo a una sucursal con la toma de dos rehenes puede alargarse tanto en el tiempo, hasta 54 horas, pero lo sorprendente también es que lo hizo en el espacio, ya que los delincuentes, con rehenes incluidos, viajaron desde el centro al norte (Bremen) y luego al sur (Colonia), pasando entretanto por suelo holandés.
Una de las exigencias para salir de la sucursal, aparte de dinero, era un coche con el que partieron con los dos rehenes. En una operación de inutilidad por parte de la policía alemana, los secuestradores terminaron secuestrando un autobús urbano con más de 20 personas en su interior. Incluso se les sumó una tercera secuestradora.
El autobús empezó a ser rodeado por curiosos sin que la Policía acordonara la zona. Tanto fue así que incluso algún periodista se acercaba al autobús para hablar tranquilamente con los secuestradores. El cabecilla llegó a bajarse en varios momentos concediendo entrevistas y siendo agasajado con cigarros, que incluso se los encendían, por parte de la prensa. Todo un despropósito.
Todo ello mientras mostraban una crueldad inimaginable, como sacar a una niña de los pelos y apuntarle en la cabeza con una pistola para enumerar sus nuevas exigencias, entre las que figuraban irse en un coche "sin micrófonos" y con policías en calzoncillos y con las manos esposadas a la espalda.
Incomprensiblemente arrancaron el autobús cambiando de ciudad llegando a formarse atasco en la autovía por la cantidad de coches de periodistas que los seguían. Incluso después de haber mostrado su más absoluta crueldad, como es matar a un rehén, los periodistas siguieron hablando tranquilamente con ellos.
De nuevo pusieron el autobús en marcha y tras muchos vaivenes, como cambiarse a un coche con dos rehenes a bordo, llegaron a Colonia. Allí se vivieron los momentos más surrealistas. Pararon el coche en una zona céntrica y peatonal. Una multitud de curiosos, y de nuevo la prensa, rodearon el coche mientras los secuestradores apuntaban a la cabeza de las rehenes.
Pero no rodeaban el coche guardando la distancia, sino que los periodistas metían a través de las ventanillas bajadas los micrófonos y los objetivos de las cámaras y los curiosos se apoyaban directamente en el techo del coche para hablar con los secuestradores. Y todo esto sabiendo, porque se estaba contando en la TV minuto a minuto, que ya habían matado a uno de los rehenes.
El final de la historia, además de muchos entresijos, lo pueden ver en Netflix, sin duda una muy buena opción para comprobar que no todo vale a cambio de audiencia.
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