Menú

Carta de amor: "Sólo pensaba en él"

Ayanta Barilli lee la carta de amor del día.

El audio empezará a sonar cuando acabe el anuncio

Más bien, sólo pensaba en él. En mi vida, todo había perdido su dirección propia, y la gravedad tenía una sola dirección cuya velocidad se multiplicaba en cada latido de mi acelerado corazón. Me pasaba lo que a mamá cada vez que íbamos de compras: ya se tratara de comida, ropa, calzado o detergente, todo lo refería a mí. Que si tal cosa me gustaba, que qué lástima no hubiera una talla menor, que si las manchas de hierba de mis remendados pantalones se esfumarían con tal producto... Nunca pensaba en ella. Y así sigue. Es madre, y yo creo que algo de eso he heredado.

Cuando lo veo, tan pequeño, tan sonriente, tan para-comérselo, se me olvida todo lo demás. Me encanta dormirlo en mi pecho, darle el bibe, cambiarle los pañales. Al principio no acertaba, pero el amor hace aprender todo. De hecho, el amor hace sobrehumanos a los más miserables mortales. Cuando mi esposa me susurró mientras entre besos aquella frase antológica de "¡Estoy embarazada!", las lágrimas de alegría no me dejaban ver el torrente de hormonas que le bombardeaban no sólo a ella, sino a mí. Me he vuelto súper sensible, y me encanta. Yo, macho candidato a anuncio de colonia para hombres, huelo a esa infantil mezcla de talco y Nenuco que no para de recordarme quién soy.

Mi niño no conoce mis noches. He aprendido a dormir entre toma y pañal, y ya no sé soñar si no es en los tres. Siento que ya no tengo vida anterior. No me importa. Me encanta mi vida de ahora. Tan débil como era para tantas cosas, mi niño es la medicina que me hacía tanta falta para remediar tanta flojera. Yo, que desde mis diecisiete no pasaba una noche en vela sin sentirme apabullado, apenas duermo muchas noches. Tan pulcro en mi horario, me doy cuenta de que el amor conlleva salir de las propias casillas y rehacer los planes a cada segundo. Así en tantas cosas... Y sin embargo, tan feliz...

A veces tengo miedo, o más bien, creo que lo tengo. Pienso en el futuro de mi hijo. El mundo anda tan acelerado, que temo quedarme estancado y de padre pasar a bisabuelo en diez años, desenganchado del devenir. Pero me aferro a la certeza de que ningún acontecimiento, ningún descubrimiento, ningún nuevo pecado o virtud podrán jamás quitarme el ser padre, y serlo por toda la eternidad.

Cuando lo miro embobado y pienso: "¡Es mi hijo!", me siento totalmente desbordado de responsabilidad, y como humillado. Es totalmente desproporcionado: ¿Cómo hemos podido hacer algo tan grande? No quiero pensarlo, porque me siento como lanzado al vacío. Aunque realmente es así: un salto en confianza. Un vivir en esperanza. Mi niño me da tanta fuerza que no creo que haya dificultad alguna que se me presente. Creo que por darle lo mejor sería capaz de todo. No hay toro bravo que me haga frente. Y si muriera en la batalla, moriré luchando, nunca dormido.

Gracias, ni niño, por haber tomado posesión de mi vida. Gracias, Cari, por hacerme sentir tan útil pese a mi poca sangre. Cuando me enamoré de ti, pensé que nunca habría nada que hiciera sombra a nuestro amor. Y así ha sido. Este niño tiene tus ojos, tu sangre y vida. Y sin embargo es también mío. Tanto amor no hace sino fundir a fuego nuestros tres corazones. No es que no quepa más amor en mi corazón, es que mi corazón se hecho inmenso, infinito. Y es todo y por siempre tuyo; todo y por siempre suyo.

Roberto

Escucha este programa en cualquier momento y lugar a través de los podcasts de Libertad Digital y esRadio. Descarga nuestra aplicación para iOs o Android, visita nuestra página web en esradio.fm, o encuéntranos en Apple Podcast, Spotify, Podimo, Amazon Music, Youtube o iVoox. ¡No olvides suscribirte!

Este capítulo puede contener información comercial de anunciantes y/o marcas colaboradoras que contribuyen a la creación y difusión de nuestros contenidos. Gracias por colaborar con nuestras marcas colaboradoras.