Nunca entendí por qué no se observa la vida, si no que corremos por ella. Y así pasó esa mujer de la que anhelo saber su nombre, corriendo por la parte izquierda de las escaleras mecánicas. Sólo me dio tiempo a ver su pelo ondeando; el sonido de sus tacones alejándose; el olor de un perfume que se quedó prendido en mi piel, cual llama que quema; una falda voluptuosa que bailaba al compás de su paso...
Cuando reaccioné y me situé a su lado, aceleré para entrar en el metro que fuera, el destino me importaba menos que perder su sonrisa. Seguí su figura por varias paradas. La acompañé de lejos a la salida de una boca de metro que siempre me recordara a ella. En ese momento, una anciana se cayó a mi lado. Mi humanidad y mi ética profesional me obligaron a pararme; pero mi ilusión se fue con aquellos pasos...
Juan Manuel
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