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Carta de amor: "Mi abuela Andrea"

Ayanta Barilli lee la carta de amor del día.

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Me dolió mucho verte así, suspendida en el aire, como si quisieras alcanzar una estrella. Tu mente hilvanaba las madejas de tiempos lejanos, recordabas solo lo añejo, todo lo actual  lo habías olvidado. Yo observaba tu mirada perdida,  tus pensamientos obtusos, la sonrisa a flor de piel... y el sentimiento encerrado en un puño.

Como me dolía verte tan ida... tan distante jugabas con las muñecas, repasabas historias de tu ayer que  llegaron a ser tu presente. El  mantón negro sobre tus hombros, compañero inseparable en los días de invierno, tus manos se enredaban en el.  Yo prefería verte dormida a comprobar  el laberinto de tu mente, fue triste ver como cada día  sabías menos de ti misma, le llamabas mamá a mi madre,  yo quería hacerte comprender que la madre eras tú,  pero era inútil hacerte comprender nada.

En los buenos tiempos sonreías siempre cariñosamente, todo el mundo te quería, sabías dar consejos,  tu palabra amable y sobre todo inolvidable para mí. Tus refranes, podías hablar  si así hubieras querido solo con el refranero español.  Imagino cuanto sería tu dolor al perder a tu esposo tan joven,  ¿25 años?   Tanto luchar en la vida y tener que volver a la casa de tus padres con tu  hija  (mi madre) Tantas ilusiones perdidas. Creo que de haberte casado de nuevo,  tu vida hubiera sido mejor.  Claro,  yo no sé cómo eran los sentimientos  y el pensar de las personas de tu época.

Tú, abuela querida, que eras mi abogado defensor, salías en mi ayuda siempre que alguna de mis travesuras me llevaba al castigo, siempre le quitabas importancia a todas mis diabluras.

Me abrazabas para reconfortarme de los castigos sin salir a jugar con mis amigas.

Siempre le decías a mamá -es muy inquieta lo sé-, pero sus sentimientos son buenos, es inteligente y aplicada. No sé si en eso tenías razón. Que bonitas eran tus piernas, y no olvido aquellos zapatos de tacón con una punta larguísima que yo a veces me ponía para bailar a escondidas delante del espejo en el cuarto de mama.

¡Qué primorosas tus manos! Siempre con alguna labor entre tus dedos y ayudando a mamá en la cocina. Recuerdo cuando les dabas de comer a las gallinas... Pitas, pitas, pitas, acudían rápidas a tu llamada. En las noches de tormenta,  yo corría a tu cama,  me besabas  con inmenso cariño para quitarme el miedo a los truenos. Cuando la tormenta pasaba nunca quería volver a mi cama,  tu calorcito y el olor tan rico de tus sabanas me subyugaban. Tu recuerdo es para mí algo maravilloso, te quise mucho abuela, y te quiero.

Marisi

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