Andrés Amorós ha iniciado su intervención semanal en Es la mañana de Federico creando una atmósfera embriagadora. Ha esperado a que sonase la música de Theodorakis, ha saboreado las primeras frases cantadas por María Faratouri, y se ha puesto a recitar Ítaca, el famoso poema de Cavafis. Todo iba encaminado a subrayar el mismo mensaje que dejó escrito el griego: invitar a disfrutar del viaje que es la vida. Y es que ese era precisamente el tema del libro que había venido a presentar hoy. Lugares generalmente distantes, de Carmelo Jordá, "no es un libro de viajes más", ha explicado el crítico. Es una forma de "disfrutar del viaje con mayúsculas", sabiendo que sin Ítaca en el horizonte jamás se habría emprendido el camino, pero que la ciudad en realidad no tiene nada que ofrecer, más allá de la riqueza que se adquiere mientras uno se dirige hacia ella.
Carmelo Jordá, colaborador de esta casa, ha charlado también con Federico acerca de su libro. Ha explicado, por ejemplo, que jamás había sentido la necesidad de escribir algo tan extenso, pero que si lo hizo fue porque se le fueron alargando los textos sobre los lugares que "le han sido impuestos". También que el único sitio que tenía claro que quería incluir era Madrid, "una ciudad menospreciada", pero que a él le parece "cada vez más bonita". Y que si ha terminado escribiendo también acerca de otros lugares turísticos como Nueva York, Roma o Jerusalén es porque son sitios que tienen algo especial. "Existe una razón por la que se han convertido en parada obligatoria de todo el mundo". "Lo que sí que he tenido ha sido una voluntad para hablar de un cierto tipo de viaje", ha explicado después a los oyentes. Una reivindicación del turismo tradicional, con sus destinos típicos, "porque no hace falta irse a la última isla perdida de Bali para disfrutar el viaje con mayúsculas; ni el exotismo de los hostales pulgosos", siempre que "el disfrute lo lleves tú mismo".
Amorós, por su parte, ha resaltado la sencillez de su prosa y su "tono acertadísimo", así como todas las fotografías, hechas por el propio autor, que dialogan perfectamente con el texto y que terminan siendo parte fundamental del libro. También la forma en la que se van descolgando las observaciones del narrador, "como cuando explica que no se viaja únicamente por la belleza", y que por eso él prefiere la modernidad londinense a la magnificencia romana; o cuando indaga en "la ilusión de sentirse solo" que le brinda encontrarse en otros lugares, alejado de su paisaje habitual.
En el índice puede comprobarse que los destinos escogidos abarcan dos naciones: Irlanda y Egipto; y seis ciudades: Jerusalén, Nueva York, Roma, Berlín, Estambul y Madrid. Pero no es lo único. "El libro también contiene carreteras, imágenes y crítica gastronómica", ha explicado un Amorós especialmente divertido con las "dos únicas cosas con las que Jordá se muestra exigente en todo el libro: el café y los arroces". Por las páginas se suceden reflexiones directas acerca de los lugares visitados. "De Irlanda rescata la magia, por ejemplo, la naturaleza, los camposantos y la música. De Egipto el tiempo: ¿qué sentiría un campesino ante la crecida del Nilo? se pregunta. En Jerusalén se amontona la historia: hay más emoción que belleza. Roma tiene el Panteón y Estambul, con el Bósforo y el Gran Bazar, no deja de ser una pequeña ciudad donde se vive, a fin de cuentas". En definitiva, un relato que podría resumirse con la única tesis de que "viajar le ha proporcionado, a Jordá, algunas de la experiencias más enriquecedoras, divertidas y especiales de su vida. Y que por eso siempre lo ve como una invitación, igual que el poema de Baudelaire, para recordarlo y contarlo".