España, mediados del siglo XII. El fallecimiento de Alfonso VII, rey de León y de Castilla desde 1126 hasta su muerte en 1157, frustra la unión de ambos reinos, que quedan repartidos por su expreso deseo entre sus hijos: León pasa a manos de Fernando II y Castilla, a manos de Sancho III ‘El Deseado’. Los tira y afloja y las pugnas entre ambos reinos serían constantes en los años siguientes, hasta que se consolida de forma definitiva su unión en la figura de Berenguela, proclamada reina en la Plaza del Mercado de Valladolid (actual Plaza Mayor) el 2 de julio de 1217. Este año se celebra el octavo centenario de un momento histórico, ya que tras la decisiva intervención de Berenguela, abdicando en favor de su hijo Fernando inmediatamente, y gracias a sus gestiones para transmitirle los derechos sucesorios de la corona leonesa a la muerte de su marido Alfonso IX en 1230, ambos reinos se unieron para no separarse jamás.
"Cuando consigue que la herencia de Alfonso IX vaya a su hijo varón, Fernando III ‘El Santo’, se unen Castilla y León y nunca más vuelven a separarse. Además es una unión institucional completa, ya que comparten las mismas instituciones: son las Cortes de los reinos de León y de Castilla. Es un reino compacto que no vuelve a separarse y que por aquel entonces abarcaba casi toda la península", relata en declaraciones a Ical la catedrática de Historia Antigua y Medieval de la Universidad de Valladolid, Isabel del Val.
Uno de los mayores expertos en España en la figura de Berenguela es el catedrático de Economía Financiera Rafael Ramos Cerveró, propietario del Castillo de Curiel, que fue uno de los seis señoríos que tuvo en vida la monarca. Desde el pasado mes de diciembre es además doctor en Historia Medieval por la UVa, tras diez años trabajando en la tesis doctoral ‘Berenguela Magna, reina de Castilla y León (1180-1246)’.
En ese pormenorizado estudio, Ramos contradice todas las teorías que históricamente ubicaban el nacimiento de Berenguela en Burgos o en Segovia. En 1637, Diego de Colmenares aseguraba en su ‘Historia de Segovia’ que la monarca había nacido en el Alcázar, "pero no citaba ningún documento sobre el que sustentar esa afirmación", asegura. Tiempo después, en 1777, Gaspar Ibáñez de Mendoza, marqués de Mondéjar, trasladaba el lugar del nacimiento hasta Burgos, "también sin base explícita", para una afirmación que "se ha ido repitiendo desde entonces", asegura.
Para llegar a su descubrimiento, el investigador realizó un seguimiento pormenorizado a través de los diplomas de los itinerarios de la Corte castellana en el año en que nació la reina. "En esa época había banderías y nobles levantiscos, y para controlar el reino la comitiva real (formada por unas 700 personas) se trasladaba de una plaza a otra más o menos cada quince días. Yo sostengo que, cuando nace Berenguela, en los primeros días de julio de 1180, están en Palencia, por tres razones: porque el obispo de Palencia, Raimundo, era tío carnal del padre de Berenguela; porque en Palencia estaba el mejor hospital de la España cristiana, el Hospital de San Antolín y San Bernabé; y porque el médico de la Corte, Diego de Villar, se había trasladado a Palencia porque Alfonso VIII ya estaba pensando en crear el Estudio General de Palencia, la primera Universidad, y allí se desplazaron los mejores médicos para instruir sus enseñanzas. En Palencia hay diplomas firmados por Alfonso VIII y su mujer a finales de junio, y allí permanecen hasta finales de diciembre. Yo no tengo ninguna duda, si sigues el itinerario no pudo nacer en otro lugar", resume el investigador.
Criada y educada en Burgos, desde bien niña Berenguela se convierte en uno de los partidos más codiciados de toda Europa. Nieta de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, su mano abría las puertas al reino de Castilla, y cuando apenas cuenta con ocho años se sella en Seligenstadt (Alemania) su matrimonio por poderes con Conrado, el hijo del emperador germánico Federico I ‘Barbarroja’. Los esponsales se celebraron en Carrión de los Condes (Palencia) en junio de 1188, pero apenas año y medio después nace el infante Fernando, hermano de Berenguela, y ella pierde sus derechos sucesorios. Se frustran así las aspiraciones en Castilla del emperador Federico y se cancelan los esponsales, antes de que la propia Berenguela solicite al papa la anulación del compromiso, algo que no fue necesario ya que Conrado terminó siendo asesinado a sus 23 años por un marido desairado.
En esos años, España vive lo que Ramos califica como "el primer Renacimiento": entre 1190 y 1220 se evoluciona en el idioma (del latín al romance y el castellano antiguo), la música (de los neumas a la medición exacta con las partituras), la justicia (se cambia el fuero visigótico por el nuevo fuero de Castilla), la arquitectura (del Románico al Gótico) o la medicina (del ergotismo a los inicios de la cirugía).
Diez años después de su primer matrimonio frustrado, tras la intervención de la madre de Berenguela (Leonor Plantagenet) la joven se casa en 1197 en Valladolid con Alfonso IX, rey de León y primo de su padre, Alfonso VIII. El nuevo matrimonio parecía la forma idónea de limar asperezas entre ambos reinos, enfrentados constantemente mientras pugnaban por ampliar sus dominios en la Reconquista. El primogénito de aquella unión, Fernando III, nacería dos años después, pero en 1204 el papa Inocencio III anula el matrimonio alegando el parentesco de los cónyuges, aunque Berenguela consigue que su descendencia sea considerada como legítima, preservando así sus derechos dinásticos.
Fruto del matrimonio nacerían cinco hijos, pero las relaciones entre Alfonso IX y Berenguela "no eran óptimas, sino más bien tirantes", como señala Isabel del Val. Tras la disolución del matrimonio, ella regresa a Castilla junto a sus padres, para ocuparse del cuidado de sus hijos.
En 1211 muere su hermano pequeño, Fernando, heredero del trono de Castilla, y los derechos sucesorios pasan al infante Enrique. Tres años después, en 1214, quien fallece es su padre (Alfonso VIII), aquejado por las fiebres de Malta, y 24 días después, por idéntico motivo, su madre (Leonor de Plantagenet), "dos personajes de enorme potencia política e intelectual en ese momento en la península y en Europa", para Del Val.
La corona de Castilla pasa pues a manos del joven Enrique I, que entonces contaba con apenas diez años. Su albacea y tutora pasa a ser Berenguela, que se verá obligada a lidiar con los "enormes conflictos que la nobleza, encabezada por los Lara", le planteaba. "Las luchas de poder fueron tremebundas", señala Rafael Ramos, en cuya tesis están documentados todos los movimientos de los ejércitos de mercenarios de los Lara y de la nobleza afecta a Berenguela.
La casa de los Lara obliga entonces a Berenguela a ceder la tutoría de su hermano y la regencia del reino al conde Álvaro Núñez de Lara, para evitar conflictos civiles en el reino. Asediada, en mayo de 1216 envía a su hijo Fernando a la corte de León, con su padre (Alfonso IX), mientras ella se recluye en el castillo de Autillo de Campos (Palencia), sitiado por los Lara. Gracias al apoyo de nobles como Gonzalo Rodríguez Girón, Lope Díaz de Haro, Álvaro Díaz de Cameros o Alfonso Téllez de Meneses se levantaría finalmente el angustioso cerco.
Tras pasarlo "francamente mal", en palabras de Del Val, y cuando todo hacía prever una guerra civil, la situación cambia con la muerte del rey Enrique en el alcázar palentino, después de que le hubiera caído una teja en la cabeza mientras jugaba en el palacio del obispo de Palencia. Con el afán de que la noticia no llegue a Berenguela, Núñez de Lara hace trasladar el cadáver del joven a su fortaleza de Tariego de Cerrato, pero en cuanto ella recibe la información, organiza una reunión con sus partidarios donde anuncia su intención de ejercer su derecho de sucesión. Los últimos días de junio se citan en Valladolid los concejos castellano y extremeño, y deciden en asamblea popular ratificar el derecho de Berenguela a la Corona, reconociéndola como reina de Castilla.
Las Cortes proclaman oficialmente a Berenguela reina de Castilla el 2 de julio de 1217, en la Plaza del Mercado de Valladolid, con un solemne acto que concluye entonando el ‘Te deum’. La ‘Crónica latina de los reyes de Castilla’ narra así su renuncia inmediata a la corona en favor de su hijo Fernando, que acababa de cumplir los 16 años: "Todos, por unanimidad, suplicaron que cediera el reino, que era suyo por derecho de propiedad, a su hijo don Fernando, porque siendo ella mujer no podía tolerar el peso del gobierno del reino. Ella, viendo lo que ardientemente había deseado, accedió gratamente a la petición y todos exclamaron con fuerte grito: ¡Viva el rey!, y se encaminaron a la iglesia de Santa María".
"Con esa maniobra neutraliza la oposición de los Lara, ya que frente a un rey varón la situación cambia completamente. Además consigue que se reconozca a su hijo como rey, y quedarse al lado de su hijo interviniendo directamente en todos los asuntos políticos", relata Del Val, que recuerda que "ella era una mujer con una enorme formación, tanto política como cultural e intelectual".
El papel de la reina madre a partir de entonces resulta decisivo para el devenir de la península. Los Lara, que aún intrigaban a través del antiguo regente, convencen a Alfonso IX para atacar Castilla e intentar hacerse con el trono de Fernando. La muerte de Álvaro Núñez de Lara frenó la incursión, que llegó hasta la actual Torrelago, y Berenguela intercede para que Alfonso IX y Fernando III, padre e hijo, firmen el 26 de agosto de 1218 en Zamora el Pacto de Toro, que pondría fin a los enfrentamientos entre castellanos y leoneses.
Un año después conseguiría casar a su hijo con Beatriz de Suabia, prima del Sacro Emperador Romano Germánico Federico II, en un movimiento estratégico que "le abre las puertas hacia la política internacional del momento". "Berenguela es decisiva para las relaciones internacionales, y consigue intervenir en los asuntos políticos como reina madre, incluso después del matrimonio de su hijo, como atestiguan todos los diplomas firmados por éste", señala Del Val. "Berenguela fue una política increíble. Tenía una mano izquierda abrumadora", corrobora Ramos Cerveró.
En los primeros años del reinado de Fernando III es sobre ella sobre quien recae en la sombra la responsabilidad de gobernar. "Fernando es proclamado rey en 1217, pero no empieza a batallar contra los árabes hasta 1224. Está siete años de dolce fare niente", relata Ramos, que recuerda cómo las crónicas recogen que, pasado ese tiempo, el rey "se sentía ya un poco inútil y que le dijo a su madre que estaba dispuesto a guerrear", tras lo cual Berenguela "convoca las Cortes para asumir la responsabilidad de que se marchara a la guerra y corriera el riesgo de ser apresado o herido".
"Mientras su hijo está en campañas militares dedicado a la guerra, ella está organizando la retaguardia de las tropas y manteniendo el reino en orden, ocupándose de los asuntos de gobierno para que su hijo pueda dedicarse a las campañas militares", señala Del Val, que apunta que cuando Fernando III emprende la guerra, se revela como un conquistador "muy poderoso". "Las luchas internas seguían, pero tuvo notables victorias contra Al-Andalus y esto satisfacía a la nobleza, porque les permitía obtener un botín y conseguir nuevas tierras para asentarse, con lo cual dejaban de luchar entre ellos", reseña la historiadora.
Así, durante su reinado se reconquistan los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Badajoz, obligando a retroceder a los musulmanes, que conservaban como único vestigio el reino de Granada. "Ahí nació España, aunque para las crónicas hayan quedado los Reyes Católicos como los unificadores", resalta Ramos.
En 1230, a la muerte de Alfonso IX, rey de León, tendría lugar uno de los movimientos decisivos de Berenguela: el que resultaría en la unión definitiva de los reinos de Castilla y de León. Las constantes tiranteces que vivió el matrimonio (Ramos censa en su tesis hasta 18 hijos que supuestamente él tuvo fuera del matrimonio) hizo que el rey de León declarara herederas de los derechos dinásticos a las hijas de su primer matrimonio con Teresa de Portugal: Dulce y Sancha. A la muerte del monarca, Berenguela interviene y se reúne en Valencia de Don Juan con Teresa, para acordar una indemnización económica a cambio de la cual sus hijas renunciarían a sus derechos testamentarios sobre la Corona de León.
"Convencida doña Teresa de que sus hijas no podían desear mejor suerte que la de vivir tranquilas y con el decoro correspondiente a su real estirpe, admitió la propuesta de una pensión vitalicia de quince mil doblas de oro cada año, para cada una de ambas princesas. Sin la prudencia y tacto de Berenguela, aquella negociación podría haber tenido fatales consecuencias, y tras ello Fernando III se dirigió a Benavente a ver a sus hermanastras, y allí firmó el Convenio de Benavente el 11 de diciembre de 1230", recogía el historiador palentino Modesto Lafuente en su ‘Historia general de España: desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII’. Tras ratificar la Concordia de Benavente, Sancha y Dulcese retiran junto a su madre en el monasterio cisterciense de Santa María de Villabuena, en El Bierzo, que había fundado su madre, Teresa de Portugal.
El leonés H. Salvador Martínez, catedrático de Literatura Española Medieval y del Renacimiento en la Universidad de Nueva York, en el extensísimo volumen ‘Berenguela la Grande y su época (1180-1246)’, relata: "La unión de Castilla y de León, sellada definitivamente antes de la Navidad de 1230 en Benavente, cambió las pautas de la política española, de la musulmana, de la Iglesia y de Europa. (…) Castilla y León habían soldado sus anillos y coronas".
En 1246, Berenguela fallece en su querido Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, fundado en 1189 por sus padres. Allí, ella misma solicita que se le dé "sepultura llana y humilde" en un sarcófago que aún hoy pueden contemplar los visitantes.