El 12 de mayo de 2014, tres disparos agitaron a todo un país. Isabel Carrasco, icono de la política de control, de carácter, caía abatida en una pasarela sobre el río Bernesga. Montserrat González huía a pie del lugar, con el revólver humeando en su bolso, y perseguida por Pedro Mielgo, un policía jubilado que no dudó en perseguir a la autora del llamado 'crimen de León', que convulsionó a la política española y puso patas arriba a la provincia de León, que Carrasco controlaba con una férrea actitud.

Montserrat González logró, por un momento, dar esquinazo a Pedro Mielgo. Se reunió con su hija, Triana Martínez, en el lugar en el que habían estacionado su Mercedes descapotable. Pedro las encontró. Alertó a la Policía. Se detuvieron frente al deportivo y detuvieron a madre e hija. Mientras tanto, decenas y decenas de curiosos y de medios de comunicación se agolpaban en la pasarela donde yacía el cuerpo sin vida de la presidenta de la Diputación de León, de la presidenta del Partido Popular de León.

El arma del crimen apareció 30 horas después. Raquel Gago, agente de Policía Local, cuya participación en el crimen fue ratificada por hasta tres tribunales diferentes, la entregó. Con ese gesto se condenó la tercera persona implicada en un crimen que dio la vuelta al mundo. Ahora, tres años después, las tres se encuentran cumpliendo sus respectivas penas de prisión: Montserrat y Triana el la prisión vallisoletana de Villanubla; Raquel en la cárcel leonesa de Villahierro.

Tres años después, el hueco político que Isabel Carrasco dejó en la provincia de León ya ha sido ocupado. Lo han ocupado quienes, en vida, fueron sus rivales internos, sus contestatarios dentro del partido, aunque en el Partido Popular de León aún quedan vestigios de aquella época en la que nadie daba un paso sin la supervisión de Carrasco. Tres años después, sin embargo, la figura de esta política leonesa no recibirá homenaje ni recuerdo oficial alguno, en pleno proceso de renovación del partido a nivel provincial, el mismo partido que ella controló durante años.

Montserrat y Triana acabaron con su vida cegadas por el odio. Lo han reconocido hasta la saciedad. El acoso, dicen, tanto laboral como, incluso, sexual, según su versión, fue el alimento de una inquina llevada al extremo. Hasta el punto de que un revólver Taurus arrojó sobre su cuerpo tres balas de aversión. Tres balas que acabaron con la vida de una persona; tres balas que marcaron un punto y aparte en la política leonesa.