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Editorial de Luis del Pino: "Ese ineficiente motor llamado España"

Luis del Pino editorializa sobre la eficiencia del sistema económico y político español.

Editorial de Luis del Pino: Ese ineficiente motor llamado España

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El 29 de septiembre de 1913, Rudolf Diesel desapareció del barco en el que viajaba de Amberes a Inglaterra. Nueve días después, otro buque holandés encontraba, flotando en el mar, el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición. Los tripulantes guardaron las pertenencias que el muerto llevaba encima y devolvieron el cuerpo al océano. Esos objetos personales serían reconocidos posteriormente por el hijo de Rudolf Diesel como pertenecientes a su padre.

La muerte de Diesel continúa aún hoy sumida en el misterio, sin que se haya podido llegar a determinar nunca si se trató de un suicidio, de un asesinato o de una caída accidental por la borda.

Lo que sí está claro, sin embargo, es que aquel ingeniero, nacido en París de padres alemanes, cambió el mundo con la invención del motor que lleva su nombre: el motor diésel.

El camino que condujo a Diesel hasta su invento no fue fácil: diez años le llevó desarrollar su famoso motor. Primero intentó construir un motor de vapor que empleaba amoníaco, pero uno de los prototipos le estalló en la cara durante las pruebas, matándole casi. Como resultado, pasó varios meses en un hospital y a punto estuvo de quedarse ciego. Tras aquel episodio, y a partir de 1893, desarrolló un motor de combustión interna empleando primero aceite de palma y luego petróleo. En 1897, el diseño definitivo del nuevo motor ya estaba listo para su presentación en sociedad y enseguida se hizo mundialmente famoso.

La importancia de la labor de Diesel, lo que hizo que ese ingeniero cambiara significativamente el mundo que le rodeaba, es que el motor que él desarrolló es mucho más eficiente que los motores de vapor que existían hasta la fecha, y más eficiente también que los de gasolina normal.

¿Qué queremos decir con eso de la eficiencia? Pues que no existe ninguna máquina perfecta: de cada cien unidades de energía química en forma de combustible que introducimos en un motor, solo una parte se transforma en energía mecánica capaz de impulsar un vehículo. El resto de la energía se pierde, generalmente en forma de calor. Cuanto más eficiente sea un motor, más parte de la energía de entrada se transforma en movimiento y menos energía se desperdicia.

¿Y por qué se desperdicia energía en los motores? Pues por una combinación de tres factores distintos:

- En primer lugar, por el propio diseño de la máquina. Hay diseños más eficientes y diseños que no lo son tanto. Cada diseño tiene una eficiencia máxima teórica. Por ejemplo, el motor diésel es más eficiente que el de gasolina, simplemente por su tipo de diseño.

- En segundo lugar, también se pierde energía por la manera en que se construye el motor y por la maneta en que se lo mantiene. Por ejemplo, aunque el diseño sea bueno, si aumenta el rozamiento entre las distintas partes del motor (porque se han utilizado piezas baratas para fabricarlo o debido a la falta de lubricante), el rozamiento interno generará más calor, con lo que se desperdicia más energía y la eficiencia disminuye.

- Finalmente, también se pierde energía dependiendo de cómo se opere ese motor. Así, todos somos conscientes de que hay personas que saben conducir un coche de manera eficiente, mientras que hay otras que desperdician el combustible a litros.

Pues bien, la vida económica de las naciones se asemeja bastante a un motor. Los ciudadanos aportan su energía día a día en forma de trabajo, pero no todo ese trabajo termina produciendo resultados útiles para el país. Una parte de la energía que los ciudadanos desarrollan se pierde, por los mismos tres motivos que se pierde energía en los motores:

- Por un lado, hay sistemas económicos que son más eficientes que otros, por puro diseño. En general, cuanto menor sea la intervención estatal, más eficiente será la economía.

- Por otro lado, hay naciones que, aún teniendo el mismo sistema económico, son más eficientes que otras, simplemente por la forma de ser de las personas y de la sociedad, y por las características concretas del sistema político.

- Finalmente, aunque el sistema económico y el sistema político permanezcan estables en una nación, la eficiencia económica irá variando a lo largo del tiempo, dependiendo de si quien la gobierna sabe gestionar adecuadamente o, por el contrario, se dedica a desperdiciar los recursos.

Si analizamos lo que ha venido sucediendo en España desde la transición, podemos ver que los españoles no hemos demostrado una gran pericia como ingenieros políticos. Nos hemos dotado de un sistema, de una máquina institucional, con clamorosos defectos, que hacen que, aunque nos gobernasen los mejores estadistas, la eficiencia máxima teórica que podemos conseguir sea baja. Tenemos un sistema en el que el intervencionismo del estado en muchos sectores de la economía está consagrado en la propia Constitución, lo que reduce de forma significativa las prestaciones de nuestro motor económico.

Pero además, ese motor con un diseño económico no demasiado eficiente está, encima, pésimamente construido. Y buena parte de la energía de los españoles, de la energía que podría traducirse en crecimiento económico, se desperdicia debido a las tensiones territoriales. De ese modo, casi todo el trabajo que los ciudadanos realizamos se termina perdiendo en rozamiento interno, en querellas intestinas, en estupideces localistas, en imposiciones idiomáticas, en conflictos artificiales y en falsificaciones históricas.

Finalmente, los conductores de esa máquina poco eficiente llamada España tampoco saben o quieren, en muchas ocasiones, operar el motor de la manera adecuada, y los fallos de gestión o las corruptelas terminan arrojando por el sumidero buena parte de la escasa energía restante.

Es mentira que los españoles trabajemos menos que otros europeos o que seamos menos sacrificados. Pero casi toda la energía de los españoles termina perdiéndose, en parte por las deficiencias estructurales de nuestro sistema, en parte porque esas energías se malgastan en nacionalismos y banderías inútiles y en parte debido a la ignorancia o la corrupción de nuestros gobiernos. De modo que todo el esfuerzo y el sacrificio de los españoles no se transforma al final en nada útil. Y muchos españoles terminan optando por emigrar, en busca de otras máquinas - de otros países - más eficientes, en donde sus energías les luzcan más.

España necesita hoy, más que nunca, aumentar la eficiencia de su motor. Nuestro estado es tan calamitoso que no podemos permitirnos ya el lujo de desperdiciar más energías. Es preciso contar con gobiernos eficientes, que utilicen cada euro como si fuera el último. Es preciso también neutralizar políticamente esos nacionalismos - esas tendencias localistas - que no hacen sino malgastar en rozamiento interno los escasos recursos existentes. Y es preciso acometer cambios legislativos, tal vez también constitucionales, que mejoren la eficiencia estructural, que optimicen el diseño económico de nuestra nación.

Para poder salir de esta ruina, tenemos que mejorar la eficiencia del motor español. Y tenemos que hacerlo ya, porque el combustible se nos está agotando.

Y ese cambio de motor tenemos que hacerlo, a ser posible, sin que ningún prototipo nos estalle en la cara y sin que terminemos arrojándonos unos a otros por la borda.

Deseémonos todos suerte en el empeño, porque la vamos a necesitar.

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