Pero es más que una sensación; se ha convertido en una necesidad. Preciso de su aroma para vivir; es mi aire vital, esa su esencia perfumada.
Todo su cuerpo despide efluvios delicados y sugerentes, atrayentes como el más potente imán, electrizantes como si en ellos se reuniera toda la energía del universo. Es una belleza que flota en el aire, que la rodea como un áurea permanente e invisible, generando una atracción poderosísima.
¡Qué bien huele¡ ¡Ah, su olor¡, preludio de placer, promesa de dicha y de gozo, de momentos hermosos, de paraíso...
He olfateado tantas veces cada pliegue de su piel, cada cavidad enigmática, cada protuberancia, que tengo su aroma grabado en mi mente de forma indeleble, como un recuerdo que me atormenta cuando no estoy cerca de ella, cuando no disfruto de su belleza etérea.
Y se podría pensar que siempre huele igual, monótona, pero no es cierto. Además de su fragancia natural, ella sabe como nadie conjugar la esencia que mejor se adapte a cada momento: perfumes sofisticados para la intimidad de la noche, colonias frescas para después de los esfuerzos deportivos, aromas apropiados para cada estación del año, para cada instante de su vida.
Qué sensación inigualable dormir junto a ella. Con ese olor que me incita a intentar fundirme con su cuerpo. Nada me gusta más que hundir mi cara en su cuello, aspirando esa esencia misteriosa que desprende este lugar tan acogedor donde se unen en perfecta comunión todos su olores más íntimos y personales. Y allí, acurrucado, me pasaría horas, días, toda la vida. Ese es mi refugio favorito, mi lugar encantado, mi remanso de paz, el paraíso de su cuerpo, donde puedo extasiarme con el permanente fluir de sus vapores.
Ella no huele bien. Ella emana efluvios de pasión que la hacen irresistible. Podría distinguirla sin dificultad entre miles de mujeres con tan sólo estar muy cerca de ella, sin verla, sin oírla, sin tocarla, sólo con olerla, con sentir su belleza sublime, espiritual, inmaterial, vaporosa.
Cuando alguien me pregunta por que la amo, simplemente respondo: ¡Huele tan bien¡. Sé que rompe con todos los cánones establecidos, con la habitual descripción de los atributos que se considera deben definir la beldad femenina, pero es que ella, por encima de todo, ¡huele tan bien¡.
Y ya el paroxismo es cuando sus esencias se desbocan desordenadas por el ritmo del amor, los efluvios se arremolinan en el aire y lo ocupan todo, cuando, dejándose llevar por nuestra unión perfecta, todo su cuerpo se inunda de lo mejor de sus olores.
Es entonces cuando el placer es total, cuando el clima que se crea es perfecto, cautivante y, hasta me atrevería a decir, esclavizante. Sí, esclavizante, pues hace que su recuerdo me obsesione cuando no la puedo sentir, hace que se convierta en la fuerza más potente del universo, capaz de hacerme realizar cualquier esfuerzo por tan sólo volver a disfrutar de esos momentos únicos, inigualables e inimitables, a volver de nuevo a sentirme verdaderamente vivo, a respirar la esencia de la vida y del amor: su olor. ¡La amo!
Pedro B.