"El ministro de Transportes, Abel Caballero, realizó ayer una visita al lugar en el que embarrancó el buque panameño Cason, hace hoy justamente cien días. El pasado viernes los equipos de rescate lograron extraer de los restos del barco todos los bidones que contenían sustancias tóxicas con lo que, en palabras del ministro, el siniestro del Cason ha pasado a ser un naufragio normal y corriente, ya que el peligro existente para el medio ambiente ha desaparecido". No se asusten. Es parte del comentario que publicaba el domingo, 13 de marzo de 1988, el diario El País. De esta forma, despachaba el ahora alcalde de Vigo la crónica más negra -sin aclarar a día de hoy- de todos cuantos naufragios se han visto en aguas gallegas. Y, créanme, no fueron pocos.
Unos cien días antes, concretamente en la noche del 10 al 11 de diciembre de 1987, unos 700 autobuses se dirigían a Fisterra para ejecutar la evacuación de la población, lo que provocó el pánico de los vecinos, que huyeron por sus propios medios. Y la sierra del Barbanza se había convertido en un peregrinar procesional como la maldita Santa Compaña. Algo que el propio delegado del Gobierno Domingo García-Sabell admitía y confirmaba a través de la Radio Galega.
De aquel Caballero, escondido y cobardón, pasamos al don Abel que se podemiza. Primero fue con la manipulación de la sanidad y ahora quiere conciertos -comenzando con corales- y movilizaciones -cívicas- para reclamar el AVE a Vigo. Estamos de acuerdo que un alcalde pida y defienda su ciudad, pero deberá hacerlo con responsabilidad. Y si ahora da la cara en plan bravucón y desafiante -como viene demostrando últimamente-, todos los gallegos se preguntan por qué no hizo lo mismo aquella negra noche del 10 al 11 de diciembre de 1987. Eso, don Abel siempre lo llevará en su conciencia.