Decía mi abuelo que el futuro de Galicia no estaría asegurado ni con la entrada en el club de Bruselas, ni por las nuevas infraestructuras, ni por el Estado de Bienestar, ni por una clase media que está desapareciendo con la crisis, sino solamente por el dormitorio. Y, sobre todo, con buenas políticas sociales.
Entre enero y septiembre de 2015 se registraron 1.707 muertes más que en el mismo periodo del año anterior, 127 nacimientos menos y 260 matrimonios más. Esto me recuerda dos cosas: estamos ante un nuevo modelo de sociedad, en el que el tan deseado empleo y la demografía son como un matrimonio desavenido.
La crisis económica ha influido, como es natural, en la demografía gallega, que ya en los años anteriores a la recesión registró una considerable pérdida de población, y los estudios indican que puede perder no menos de 15.000 habitantes en una década y volver a los niveles de comienzos del siglo XX en 2025.
Es sabido que Galicia es una de las comunidades más afectadas por los problemas demográficos. De hecho, encabeza casi todas las estadísticas que se hacen sobre la pérdida de habitantes y proyección para las próximas décadas.
Pero además de la natalidad, existe otro asunto muy preocupante. A la falta de dinamismo en el medio rural se une el envejecimiento de la población, que hace muy difícil una solución a corto plazo, a no ser que se tenga en cuenta la escasa población inmigrante, un tema del que apenas nada se debate. Sobre todo, ahora que, con la crisis (o en su tímida salida), muchos optan por regresas a sus lugares de origen.
De seguir así, se pondrá en riesgo la sostenibilidad del tan debatido sistema de pensiones. O lo que es lo mismo, el propio Estado de Bienestar.
El presidente Feijóo -candidato a la reelección desde hace una semana-, ante la gravedad de la situación, ahora, en la recta final de su mandato, quiere dar prioridad a las políticas sociales para combatir el problema de la demografía e, incluso, pretende que la Unión Europea se implique y tome buena nota para buscar y priorizar unas soluciones que, a priori, no son fáciles.
Esperemos que esta decisión no se quede por el camino como otras. Porque Galicia está en alerta roja y hay que tocar a rebato.
